miércoles, 23 de enero de 2008

Cierran El Nivel, la cantina más antigua de México


Adrián Figueroa y Carlos Aguilar
16 de Enero de 2008 | Hora de publicación: 10:49

La cantina El Nivel no volverá a abrir sus puertas. Perdió el amparo que le permitía dar cobijo a sus parroquianos. Si sus puertas, esas de ida y vuelta, lo hicieran nuevamente, sus clientes sentirían el olor del vino y el calor de la plática, observarían las pinturas y fotos que adornan sus paredes, la viejas sillas de madera y al “Colosio”, el mesero Rogelio Rodríguez.
Si volvieran a abrirse, la cantina estaría presente al izar la bandera nacional, sentiría el sonido del repicar de las campanas de catedral llamando a misa, a los trabajadores de una cerrajería, de la tienda numismática, de los puestos de jugos y tacos en su entorno. A los transeúntes y estudiantes de la Academia de San Carlos. Al final de la tarde, el arriar del lábaro patrio, pero nunca más el bullicio de los ambulantes que se fueron desde 12 de octubre de 2007.
Si se abrieran, como desde el 2 de febrero del 1872, volverían los jóvenes Werther a contar sus cuitas con trago en mano, los incipientes poetas que sueñan con la fama literaria, los bautizos de reporteros en ciernes, las acaloradas discusiones sobre política, futbol, economía y filosofía, pero no la docta, sino de la vida. Si volvieran... pero el 2 de enero cerró.
Y con el fin de El Nivel, termina el ciclo de los primeros… La calle de Moneda fue sitio de la primera imprenta, de la Universidad Pontificia de México, donde una placa dice que ahí, donde expira la primera cantina del país, fue parte de su sede. Como también en esa calle, esquina con Primo de Verdad, estuvo la Universidad Nacional.
Tras 17 años de litigio, el dueño Rubén Aguirre anunció ayer que la cantina cierra sus puertas y el edificio pasa a formar parte de la Universidad Nacional Autónoma de México. Añadió que la licencia no se pierde y está pensando trasladar El Nivel a otra parte de la ciudad que no sea el Centro Histórico. El amparo lo perdió porque al morir su padre, Jesús Aguirre, terminó éste y la UNAM pidió el predio.
PÉRDIDA. El escritor Armando Ramírez dice al respecto: “Perdemos la memoria, la identidad, el sentido de pertenencia a la Ciudad de México. Y citó a Salvador Novo para definir a la vieja cantina del país y América Latina: ‘se pierde un sitio para la plática y la conversación y la ciudad se vuelve decadente al aislarse en el silencio’”.
“Es que El Nivel siempre se nos atravesaba a todos, desde el maestro José Alvarado que llevaba a sus alumnos de la prepa 1 para instruirlos en el arte de la vida, así como otros mentores no tan famosos.
Y qué decir de Jacobo Zabludovsky, de los ex presidentes Antonio López de Santa Anna, Benito Juárez, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Ernesto Zedillo, Carlos Salinas de Gortari, entre muchos otros políticos y artistas.
Armando Ramírez recuerda que una vez, al salir del programa “Para gente grande” se le atravesó El Nivel y al sentarse a tomar su chela helada, su interlocutor le dijo que le caía bien porque se parecía al escritor de “Chin chin el teporocho” y que salía con (Ricardo) Rocha.
Pero los personajes más importantes, dice, son los que día a día, dentro del trajín cotidiano hacían un descanso para tomarse sus tragos y comer una botana, como esas tortas proletas —por proletario— de jamón. O sus famosas bebidas como: “nivelungo” —para curar la cruda—, “patada de mula” y “ponche de granada”, entre otras.
Como Rafael Guízar, pintor del Centro Histórico, que no oculta su pena.
“Desde hace 10 años que contribuía al ambiente que se vivía en la cantina. Lástima que la cierren, porque el buen ambiente nunca faltó en este lugar. Ni hablar”.
Guízar no sólo contribuyó con el ambiente, también lo hizo con la pinturas que ahí se exhibían: regaló dos de sus acuarelas al dueño e hizo una más por encargo.
Para Hilario Ramírez —quien desde hace más de 50 años vive en Lic. Primo Verdad— las cosas no son diferentes.
“Está muy mal que la cierren, porque la visitaba mucha gente. Era un centro de referencia para todos, incluyendo a los presidentes de nuestro país. Recuerdo que muchos funcionarios venían a la cantina y que el mismo dueño les cambiaba el cheque cada quincena.
“La voy a extrañar mucho, pues llevo más de 50 años viviendo aquí. Iba cada semana para echarme dos o tres tequilitas y para comer su mole de olla, que era lo que más me gustaba...”.

Fuente:
La Crónica de Hoy

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