miércoles, 23 de enero de 2008

El Nivel, más allá de una cantina


Concurrían escritores como Armando Ramírez, autor de Chin Chin el teporocho.

Hay quienes construyen la historia de un espacio a partir de los personajes que lo visitaban, sobre todo si de un lugar para la “conbebencia” se trata: la cantina El Nivel fue visitada durante poco más de siglo y medio por la clase política, económica y social que hallaba su eje de operaciones en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

Se trata del primer negocio en contar con licencia, un permiso otorgado por un escribano durante la presidencia de Antonio López de Santa Anna, si bien la oficial le fue entregada ya en la época de Sebastián Lerdo de Tejada, en 1872, a partir de ahí se empezó a escribir su historia.

Un pasado en el que, es cierto, estuvieron involucrados la mayor parte de los presidentes de México, que se daban una escapada de Palacio Nacional para relajarse de sus actividades cotidianas, y también personajes como Agustín Lara o Fidel Castro —el mismísimo comandante, aunque quizá los más importantes sean los estudiantes de la Universidad Nacional o de la Academia de San Carlos, quienes juntaban sus centavos o sus pesitos para tomarse una helada en el ya mítico lugar.

Uno de sus habituales fue el escritor Armando Ramírez, autor de Chin Chin el teporocho, reeditado por Océano el año pasado, quien solía encontrar un oasis de tranquilidad dentro de rumor urbano.

“Miré puros briagos, leí a un montón de poetas que ahí se inspiraban; periodistas famosos, desde Pepe Alvarado a los actuales, no digo quiénes porque los voy a balconear, pero se trata de una memoria histórica del placer de conversar: si algo puede hacer el alcohol es convertir al lugar en un punto del culto a la conversación, dentro del tráfago del Centro.”

El Nivel cierra sus puertas. El espacio que ocupaba en la calle de Moneda formó parte de la Universidad Pontificia de México y después de la Universidad Nacional, por lo cual estaba en litigio con la UNAM desde hace casi dos décadas, luego del trabajo de recuperación del edificio que venía realizando la institución.

Sin embargo, el amparo que protegía a la cantina más antigua del mundo quedó sin efecto desde el fallecimiento de don Jesús Aguirre, por lo que su hijo Rubén Aguirre se vio en la necesidad de anunciar el cierre de la cantina y, con ello, de más de 150 años de historia en la ciudad, aun cuando contempla la posibilidad de abrirla en otra parte.

“El cierre de la cantina representa la pérdida de la memoria y del sentido de pertenencia a la ciudad”, asegura Armando Ramírez. “Creo que uno de los enormes fallos de los gobiernos de la Ciudad de México ha sido no fomentar en la gente el sentido de pertenencia, de sentirse bien de ser chilango y cuando se cierra un lugar que es elemento de identidad, perdemos también un poco de memoria.”

Para el escritor no debía existir problema alguno en la convivencia de la cantina con las instalaciones universitarias, pues desde la existencia en la zona del barrio universitario, El Nivel sirvió como espacio para la plática, la reflexión y, sobre todo, para fomentar el sentido de pertenencia: “Tener un sitio de gozo no creo que dañara; era una sitio en el que entrabas y veías al chavo que deseaba ser pintor o poeta, al viejo periodista o, simplemente, a la gente que se tomaba un refrigerio antes de meterse al metro.

“Al final, tomar ahí una chela y comer una torta de jamón hacía que la ciudad fuera un poco más humana.”

México/Jesús Alejo
Fuente:
Milenio

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