miércoles, 23 de enero de 2008

Lágrimas por los “nivelungos”

Rafael Cardona
18 de Enero de 2008 | Hora de publicación: 02:05


Frente a la puerta “Mariana” del Palacio Nacional —llamada así por don Mariano Arista; no por melancólicos motivos religiosos—; esto es, en la esquina nor-occidental de la sede del poder en México, se erigió el siglo antepasado —en 1877— un monumento a Don Enrico Martínez quien fue el precursor de las modernas obras de expulsión de aguas residuales de la cuenca de México.
La historia de Don Enrico es digna de una novela y no serán obviamente estas páginas donde tal empeño se inicie, pero cuando Vicente Riva Palacio era ministro de Fomento, se decidió fijar una referencia estable (no susceptible a hundimiento) para fijar los niveles del plano de la ciudad en relación con el Lago de Texcoco.
“El monumento —Arqueología, publicación avalada por el INAH—, representa a la ciudad de México como una matrona que deposita laureles sobre una piedra con la imagen de la “gaudichaudia enrico martinezii”, hierba descubierta en el Tajo de Nochistongo y bautizada en honor de Enrico Martínez. La estatua es obra de Miguel Noreña (mismo autor de la de Cuauhtémoc en el Paseo de la Reforma).
“En 1878, a principios del gobierno de Porfirio Díaz, se iniciaron los trabajos de un nuevo sistema de drenaje para la cuenca de México (el Gran Canal del Desagüe y el Túnel de Tequixquiac). En ese momento no podía dejar de hacerse una consideración sobre el desagüe colonial que aún estaba en servicio (el Tajo de Nochistongo), y al reconocer su importancia y magnitud se tuvo a bien erigir un monumento en la plaza mayor de la ciudad de México en memoria de su principal ejecutor, Enrico Martín o Martínez. Éste fue un cosmógrafo, matemático e impresor de origen alemán que emprendió la obra original de un túnel en Nochistongo y sufrió en carne propia las consecuencias de la gran inundación de 1629”.
Arqueología no lo dice pero las consecuencias para Don Enrico fueron terribles, pues su tajo no sirvió de nada y la inundación de 1629 lo llevó con todo y sus huesos a la cárcel y después dicen, al suicidio.
Pero como sea ese monumento de sugerencia piramidal, tiene varias escalas en las cuales se puede leer aún (a pesar de ser ahora totalmente inútil y haber sido trasladado frente al Nacional Monte de Piedad), el nivel de la ciudad de México.
Y por esa razón, por su cercanía y fácil referencia, fue autorizada a funcionar desde 1872 con ese nombre de inmediata asociación, la cantina “El nivel” hoy ya clausurada al parecer sin remedio tras un litigio contra la Universidad Nacional Autónoma de México, lo cual es triste, muy triste.
Sin esta cantina, a la cual yo iba de cuando en cuando, en mis años de funcionario tanto de la Presidencia de la República como del Departamento del Distrito Federal y cuyos asiduos eran conocidos por Pancho Liguori como “los nivelungos”, se acentúan las pérdidas en el Centro Histórico donde se demuelen sin piedad vestigios dieciochescos y casas cuyo único pecado había sido sobrevivir al tiempo y la incuria o dejan de funcionar sitios de congregación cuyo estilo ya no corresponde a los tiempos corrientes.
Jacobo Zabludovsky ha ensayado una teoría sobre la necesidad social de las cantinas: sitios de reunión para personas en cuyas casas no hay espacio.
Pero por encima de las razones por las cuales en esta ciudad hubo cantinas de floreciente gastronomía y mejor tradición gregaria, entristece confirmar cómo cada vez la ciudad es menos ella, cómo se acaba, cómo se extingue para darle paso a una nueva Disneylandia.
“Quieren morir tu ánima y tu estilo, cual muriéndose van las cantadoras”, nos previno López Velarde quien frecuentó la cantina hoy clausurada como también lo hacía con otro fantasma urbano, “La flor de México”. También fue demolida “El paraíso”; el salón Bar Seminario y otros muchos.
Podemos derramar una furtiva lágrima por “El nivel”; pero más nos valdría murmurar siquiera todos los días una furibunda blasfemia (diría Efraín Huerta) por la ciudad de México capaz de convertir el noble espacio del Zócalo —por ejemplo y para males mayores—, en un “set” de televisión con pistas de hielo o museos trashumantes exaltados por la televisión hasta el delirio.


Fuente:
La Crónica

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